El Presidente Ordóñez

por Florance Thomas *

Me desperté sudando frío. Acababa de tener una pesadilla pavorosa. El doctor Alejandro Ordóñez había sido elegido Presidente de la República y su primer acto público fue anunciar su programa de gobierno.

Este se resumía más o menos en lo siguiente: se restablecía el concordato y, en consecuencia, cada mañana se recitarían dos Padres Nuestros en todos los colegios privados y públicos de Colombia. Además, se ordenaba censurar los colegios mixtos y volver a la vieja y sana costumbre de establecimientos separados para señoritas y varones. El argumento era que esta mezcla de géneros era de lo más obsceno y podía generar malos pensamientos en la mente torcida de los y las adolescentes.

Por supuesto, se regresaba a las cátedras de educación religiosa de cuatro horas semanales que reemplazarían a las cátedras de educación sexual que no podían sino incitar a la juventud al pecado. Recomendaba también la construcción de pequeños altares en todos los edificios de la administración
estatal. Las manifestaciones amorosas públicas (besos y caricias) serían absolutamente prohibidas y multadas.

Todos los bares gays del país serían prontamente cerrados y hombres que caminen de la mano en público serían encarcelados. Se decretaría la nulidad de fallos, leyes y decretos relativos a derechos adquiridos por la población homosexual; el Carulla de la calle 63 sería militarizado para evitar cualquier tipo de coqueteo y los gimnasios, esos sí, sellados sin contemplación por su invitación morbosa a la exhibición y contemplación de los cuerpos semidesnudos.

Los consejos comunitarios de los sábados serían transferidos a los domingos y se iniciarían todos por una misa y unos pasajes de la Biblia recitados de memoria por el mismísimo Presidente de la Republica. El Ministerio de Educación y el de Salud serían asumidos por obispos, quienes desde su santa sabiduría prohibirían la venta y uso de condones. Estos funcionarios encontrarían la manera de inhibir lo más pronto posible el fallo de la Corte Constitucional C/355 ,que despenalizaba el aborto en tres casos específicos
y exhortaban a las madres involucradas a ser valientes y sacrificarse en nombre de una maternidad gloriosa, prometiéndoles, además, una recompensa celeste y un futuro puesto asegurado en el paraíso.

El Presidente, consciente de lo que significaría para el país volver a tasas de fertilidad dignas del siglo XIX, recomendaba el tan prolífico método del ritmo, también llamado método Ogino, pensando de nuevo en lo glorioso de ser madre aun cuando no sea el momento y aun cuando no sea deseado. Recomendaba
a las mujeres dejar de ser caprichosas, no pretender los puestos de trabajo de hombres y dedicarse plenamente al más noble y bello oficio del mundo: el hogar. En cuanto al derecho de separación y divorcio, se inhabilitaría y el único matrimonio legal volvería a ser el católico.


Por cierto, él exhortaba a los hombres a ser más pacientes con sus esposas, no abusar del castigo físico, mostrarse afectuoso sin exagerar y saber mandar en la casa porque según algunos estudios de universidades del Opus, a las mujeres les gustaban maridos exigentes y que sepan mandar. También se institucionalizaría una burla constante al lenguaje incluyente porque ya todo el mundo sabe que cuando se nombra a los hombres se entiende también que se nombra a las mujeres.

Y me desperté. Abrí los ojos. Había sido un mal sueño. La laicidad seguía ahí, claro, algo debilitada en esta década de fundamentalismos e intolerancia. Nuestro deber, ahora más que nunca, es impedir que estas
pesadillas se vuelvan realidad y seguir construyendo un país en el cual todos y todas quepamos.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad