La tauromaquia también le afecta a las mujeres
La reapertura luego de cuatro años de la Plaza de Toros la Santamaría para el regreso de la “fiesta brava” ha generado una fuerte polémica no solo en Bogotá sino en todo el país, donde se debate la necesidad de abolir este tipo de “espectáculos” en los que además del sufrimiento y tortura causado a los animales, convergen una serie de prácticas que no permiten avanzar como sociedad en pleno siglo XXI.
En un primer momento pareciera o se puede pensar que no tiene nada que ver analizar esta práctica desde un enfoque de género, ya que no se visibiliza claramente la relación entre la tauromaquia y los derechos de las mujeres. Es por esto que se hace necesario reflexionar acerca de las razones por las que el feminismo se suma a la lucha por la abolición.
La tauromaquia, una tradición antigua y sangrienta de los rezagos de la colonización, es además otra de las expresiones del patriarcado, ejercida casi en su totalidad por hombres, quienes se alzan en el ruedo de la plaza con sus trajes de luz para hacer de nuevo un ejercicio de poder y subordinación, esta vez contra los toros y caballos, también seres vivos y sintientes.
El torero o “el matador”, como se hacen llamar orgullosamente, expone como trofeo y reparte las orejas y/o el rabo del animal al que ha torturado, violentado y sacrificado, retando su fuerza y su vida, haciendo honor a una cultura patriarcal que aplaude y justifica la violencia, legitimando así el sometimiento y la dominación en todos los planos, exacerbando aspectos como la virilidad, la hombría y la heteronormatividad, que son más que evidentes en las corridas de toros.
Del otro lado el panorama no es mejor, las personas espectadoras necesitan desconectarse de la compasión, evitando vincularse con sentimientos que han sido feminizados y por lo tanto devaluados(los ritos de iniciación masculina de todas las sociedades patriarcales buscan reprimirlos);Por el contrario, disfrutan de un verdadero escenario de violencia antecedido por maltratos psicológicos y emocionales que sufre el animal, acompañado de dolor, sufrimiento, tortura y muerte cuyas víctimas son toros, caballos, así como las niñas y los niños a quienes obligan a presenciar este acto de barbarie.
Es imperioso denunciar el factor patriarcal de esta cultura violenta y sangrienta, en la que se normaliza y refuerza la repugnante lógica de la dominación. Se hace necesaria su abolición para avanzar en la construcción de un modelo social justo e igualitario. “La lógica de la dominación mantiene y refuerza los vínculos de subordinación entre los humanos (sexismo, racismo, clasismo…) y entre los humanos y la naturaleza (Karen Warren, Ecofeminist Philosophy.
Rowman & Littlefield, Oxford, 2000)”, si nuestra lucha no es interseccional es incompleta, debemos reconocer los diferentes sistemas de opresión, dominación y discriminación.
Desde el feminismo se busca combatir el androcentrismo, pero también se debe hacer lo propio con el andropocentrismo; de lo contario es aceptar lo masculino y lo humano como el centro y la dominación. El antropocentrismo niega toda consideración moral para con los no humanos y tiene estrecha relación con el androcentrismo o sesgo masculino de la cultura. Es el momento de intentar una transformación y redefinir desde lo ético-político los conceptos de “Naturaleza” y “ser humano”.
La lucha es por eliminar cualquier forma de violencia contra las mujeres, pero también la apuesta es a la evolución de una sociedad en paz, en la que no se acepta ningún tipo de opresión, dominación y discriminación, rechazando cualquier expresión de violencia. Si deseamos avanzar hacia una sociedad en la que no se necesite dominar y humillar para afirmar la identidad, ni la satisfacción se base en el extremo sufrimiento y muerte de otro ser, entonces, el feminismo tiene algo que decir sobre las corridas y las otras torturas públicas de animales que se convierten en el lugar simbólico e infortunadamente, muy real de dolor y sangre que nos aleja de una construcción histórica y social para lograr igualdad y equidad.