Lo importante es llegar a la meta y poder olvidar

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En abril de este año Claudia decidió realizar un viaje por tierra desde México hacia Guatemala y El Salvador. Un jueves santo y no sin miedo, se alistó desde las playas de Huatulco hacia la ciudad de Tapachula. Luego de 10 horas de viaje llegó a las 6:00 AM a la estación de buses ADO de Tapachula y tomó un camión hacia una de los puentes migratorios entre México y Guatemala, el puente de migración de Tuxtla – El Carmen.

Claudia cruzó la frontera y una hora después estaba en el municipio de Malacatán donde tomó un chicken bus hasta Quetzaltenango y luego uno hasta Solalá cerca del lago Atitlán.

En el segundo bus hacia Quetza, un hombre de complexión delgada y mestizo se sentó a su lado.  Claudia iba agotada, hacía calor y para distraerse miraba por la ventana, llevaba encima de sus piernas un par de maletas debido a que no había espacio para ubicarlas en el sitio del equipaje y porque le servían para recostar la cabeza y fingir que dormía. El hombre a su lado empezó a tocar sus piernas para llegar a sus genitales. Ella no se dio cuenta inicialmente, pero al percatarse de la situación, casi al oído y con miedo le dijo:

“Cabrón se baja en la próxima estación, le advierto”

El hombre se baja del bus, Claudia  decide no gritar, tampoco pide ayuda al chofer o a las demás personas porque siente miedo de que se den cuenta de qué es extranjera y viaja sola y eso la ponga en una situación de más peligro. Al fin y al cabo, piensa, pudo ser más grave y cree que la culpa es de ella por viajar sola.

Al igual que ella, que yo, millones de mujeres transitan todos los días de una ciudad a otra y de un país a otro.  Se mueven, cambian, migran y se violan sus derechos al hacerlo.

La Organización Internacional de Migraciones OIM calcula que al año migran aproximadamente 240 millones de personas de las cuales la mitad son mujeres. El Instituto Nacional de Migraciones de México calcula que al año al menos 150.000 personas centroamericanas transitan por este país buscando llegar hacia Estados Unidos  y de estas el 16% son mujeres.

Estas personas que transitan por México en su camino hacia Estados Unidos son llamados transmigrantes y debido a la situación de irregularidad en la que se encuentran en México su acceso a la justicia es precario y son víctimas de traficantes de personas, coyotes, bandas narco- criminales y funcionarios públicos corruptos.

La situación de los transmigrantes solo empezó a captar la atención de la opinión pública con el hallazgo de fosas comunes. En agosto de 2010 fue encontrada una fosa común en Tamaulipas con los cuerpos de 72 migrantes provenientes en su mayoría de países centroamericanos, 16 de estas personas eran mujeres y una estaba en estado de embarazo.

Aunque el tema se volvió recurrente en periódicos y noticieros, el cubrimiento no cuestionaba las responsabilidades de actores estatales y la necesidad de compromisos al respecto, de hecho, la migración se convirtió en tema predilecto de crónicas rojas.

Por su parte, la acción del estado mexicano ha pasado de un primer momento de desinterés a una estrategia  represiva  con acciones públicas  como el Programa  Frontera Sur, que medios mexicanos como Animal Político han calificado como “Una cacería de migrantes”.

¿Por qué migran las mujeres centroamericanas?

La principal razón por las que las mujeres centroamericanas migran es económica. Según datos del Instituto Nacional de Migración INM de México más del 90% de las mujeres que fueron repatriadas desde México argumentó que el motivo de su decisión de migrar era laboral. Sin embargo, el 24% de las mujeres salvadoreñas explicaron que su principal motivo para migrar hacia Estados Unidos era la reunificación familiar. Más del 90% de migrantes en tránsito por México provienen de Guatemala, El Salvador y Honduras.
Las migrantes dejan sus países huyendo de la pobreza extrema, la inseguridad y la falta de oportunidades. Muchas dejan atrás a sus hijos con el ánimo de poder llevarlos a Estados Unidos luego.

 

Mujeres migrantes centroamericanas y violencia sexual. 

Amnistía Internacional, en su informe de 2010 Víctimas invisibles, Migrantes en movimiento en México, se refirió a la situación de los migrantes en tránsito como una situación de grave violación de derechos humanos y entre estos destaca las distintas violencias de género que sufren niñas y mujeres migrantes.

Este informe afirmaba que 6 de cada 10 mujeres migrantes son víctimas de violencia física y sexual, pero no existen datos  para corroborar esta información. Al igual que Claudia, las mujeres migrantes sienten miedo a denunciar debido a que no quieren ser revictimizadas y saben que acercarse a las autoridades significa una posible extorsión,  ser deportadas y no poder llegar a Estados Unidos.

Para  muchas mujeres migrantes, la violación o el abuso sexual es considerado parte del precio que se debe pagar por llegar a Estados Unidos. De acuerdo a testimonios recolectados por la ONG Sin Fronteras, muchas migrantes son obligadas por coyotes o traficantes a tomar anticonceptivos con el objetivo de evitar embarazos en caso de violación.

Además de embarazos, las mujeres migrantes se exponen a enfermedades de transmisión sexual, VIH, enfermedades pélvicas y varios trastornos psicológicos. Otras son víctimas de redes de trata de personas y prostitución.

Los defensores de derechos de los migrantes resaltan otro componente importante. Los patrones culturales de cada mujer migrante definen su perspectiva sobre lo que se considera violencia sexual o no. Según el informe de Sin Fronteras:

“En ocasiones las migrantes no reconocen la violencia sexual que han experimentado como una violación o como otro tipo de abuso debido a que el contexto sociocultural normaliza, minimiza, tolera o promueve estos actos de extrema violencia” (Informe Sin Fronteras- Incide Social, 2012)

Las migrantes centroamericanas  se exponen a abusos sexuales, violación y  tocamientos como el que sufrió Claudia. También  se les ha enseñado a tolerar o minimizar estos comportamientos o usar su cuerpo para conseguir favores.

Los medios mexicanos y estadounidenses se han referido en varias ocasiones a esta situación acuñando términos como “CUERPOMATIC” para referirse al uso del cuerpo como divisa o mercancía de intercambio para conseguir favores en la ruta hacia Estados Unidos.

La historia de Claudia y de muchas migrantes centroamericanas hace parte de una cultura que acepta el dominio de los hombres sobre el cuerpo de las mujeres. En la medida que los hombres  entienden el cuerpo femenino como un objeto, se generan relaciones de mercantilización o de explotación de este.

Vivimos en una sociedad que se jacta de igualdad pero que todavía reserva ciertas actividades solo para los hombres. Viajar, migrar, estar en un espacio público a solas, es algo que todavía algunos, consideran de mujeres “busconas” y las mujeres busconas son consideradas malas mujeres, no dignas de respeto: tocables y violables.

Muchas mujeres migrantes no denuncian por miedo al estigma de ser consideradas putas. Otras, sufren el estigma de ser consideradas “abandonadoras” del hogar o “malas madres”; otras, sueñan  con  poder volver a ver a sus hijos en Estados Unidos y deciden enviarlos solos;  las últimas, las más tristes, simplemente llegaron a la meta y se pusieron a olvidar.